Palabras de Paulina Juszko en La Plata sobre TERRESTRE
PRESENTACIÓN DEL
LIBRO “TERRESTRE” DE
GUSTAVO TISOCCO
Con
el título de este nuevo poemario, Gustavo Tisocco reivindica su condición de simple ser humano
– ni ángel ni demonio – un habitante de este planeta, alguien que no puede
evadirse de la fragilidad y el misterio, condenado por eso mismo a tender los
brazos hacia un horizonte inalcanzable: es
ahí en el olor a tierra / que descubrimos el cielo, dice Tisocco. Los pies
en la tierra, la cabeza en las nubes: imagen que representa al poeta, quien se confiesa
un hombre triste aunque disimule la
tragedia habitando mi casa, o sea la tierra, su tierra.
Cuatro
son las temáticas que monopolizan la atención de Tisocco en este libro: la
infancia, el amor, la muerte, la injusticia – a las que podríamos caracterizar
como temas clásicos y pilares de la poesía en general.
Con
respecto a la nostalgia de la infancia, me detuve a preguntarme por qué es un
favorito de los poetas.¿Qué es lo que añoramos tanto, aun los que no tuvimos
una infancia feliz…? Es seguramente el ojo nuevo, el estreno de la mirada, la
pura sensación y, más que todo, la divina inconciencia. A esto alude Baudelaire
cuando añora el paraíso de los amores
infantiles. Éramos felices, aun los más desgraciados, en la ausencia total
de cuestionamientos con respecto a nuestro propio ser y a esas dos avalanchas
que lo sumergirán más tarde: el amor y la muerte.
Parodiando
un dicho popular, podríamos afirmar: lo que mata es la conciencia. A los ojos
de nuestro poeta, seca y desertifica. Desierto que sólo puede atravesar con
ayuda de la poesía.
Tisocco
dedica este poemario a su pueblo natal, Mocoretá, y lo llena de bellas imágenes
que evocan su geografía: Olor a tierra
húmeda es mi pueblo, / a uvas y glicinas, / a mandarinas, fresnos y eucaliptos.
[…] Es el río y es el campo, / casas bajas y blancas, / música de acordeón y de
gorriones.
El leitmotiv del agua está presente en todo el libro,
en forma de río, mar, arroyo, charco, lluvia o lágrimas. Del río, del río pueden hablar, recuerden que de sus aguas nací una
noche de enero cuando jóvenes mis padres pisoteaban lo prohibido, dice
Tisocco en la prosa que cierra el libro, suerte de testamento literario. Se
diría que el agua es un símbolo de su infancia, una infancia fluvial: Y entonces comprendimos / que el agua estaba
lejos, / las calles, el pueblo, / el silencio estaba lejos. […] Entonces
comprendimos / que la casa estaba lejos / y perecimos de sed.
Exiliado,
cercenado, arrancado de esa casa con
aroma a ajo, cebolla y magia, el poeta canta por sus mutilaciones, sólo le
queda la odisea de persistir entre ruinas.
La pérdida de la infancia desestabiliza el ser y, a medida que crece la
lucidez, se agranda el desconcierto: ahora
el acertijo que soy / no tiene retorno. Barco que olvidó el mar. Despoblado de mí / entrego lo que queda, dice. Pero en esa entrega
está la salvación. Es el rol redentor del arte: el poema que inicia el libro
está dedicado precisamente a su salvador, a quien le enseñó las palabras.
Aun mutilado, abandonado de Dios, triste
a morir, el poeta canta: Cantar hasta que
nos sangre la boca / los dientes / la rabia.[…] Cantar / cantar hasta que se
nos sequen los ojos / cantar. Lo que me recuerda aquellos versos de
Alejandra Pizarnik, la rebelión consiste en mirar una rosa / hasta
pulverizarse los ojos. El árbol seco jamás será muerte mientras lo habiten
nidos y sólo surcando desiertos descubriremos la sed y el oasis. ¿Es posible
retornar al hechizo de aquel destello?
El arte nos tiende un puente, porque significa búsqueda del otro, generosidad,
entrega y es la única posibilidad de comunicación verdadera entre los seres
humanos.
¿Y cuál es la actitud de Tisocco ante la muerte, esa terrible incógnita
que nos acecha? No le teme a la propia porque morir debe ser / como tararear una canción / que no sabemos bien / pero
presentimos, dice y hay una aceptación de esta ley inexorable; a sus ojos
de médico mientras mueren van naciendo,
la vida y la muerte son fenómenos simultáneos, una visión en aleph. Pero lo
atormenta la muerte de los seres queridos: la de la abuela Rosa, la de su tío
Jorge, la de aquel Arielito que marcó sus años tempranos… a quienes sólo la inercia de la hierba / arropa ahora.
Y también lo agobia la muerte de quienes
fueron víctimas de la injusticia, otro de los temas mayores en la poesía de
Tisocco: su compasión por los caídos, los que forman una montaña de huesos, / alta, interminable, permanente. Qué
bella imagen ésa de las Madres de la
Plaza de Mayo llevando un
pañal blanco y seco en la cabeza…Y la de las Madres del Dolor, a quienes les
arrancaron la flor antes de ser capullo y perfume y que persisten, delgaditas y pequeñas, reclamando
justicia como nubes tenaces sobre el desierto. Aunque la justicia sea una esfera de cristal / que arrojamos al
fuego.
Profundo sentido social tiene esta poesía
que se indigna contra la guerra, la desigualdad, la discriminación. Cuando no hay un techo / la lluvia moja / la
lluvia duele / la lluvia sangra, dice Tisocco.
Si hablamos del amor – piedra angular de
toda la poesía – nos encontramos aquí con una actitud ambivalente: para nuestro
poeta el amor se identifica con el dolor. El bello poema Amo a un hombre pez se
refiere metafóricamente a esa dualidad irremediable que ningún amor puede
resolver. Cito la última estrofa: Me mira
desde la superficie apenas sumergido, / lo miro desde mi oxígeno / al límite
extremo del ahogo / y nos besamos apenas
un instante, / ínfima eternidad habitando en la apnea. Versos que nos
remiten también al mito de Narciso, al magnífico poema de Paul Valéry donde
Narciso le habla a su imagen reflejada en la fuente. Hay tanto de narcisismo en
el amor…
Ya
no seremos dos / y duele este cielo fragmentado, / este planeta que nos une y
divide…Para Tisocco el
amor es jaula y pájaro, anzuelo y pez, relación en la que subyace un
sadomasoquismo claramente expresado en este poema: Tu nombre / como un martillo / que juzga / que golpea / y crucifica. //
El mío / sólo implora. Es un amor caníbal: Devorar / devorarte / para tatuar en las entrañas / la suave música /
el insensato resplandor. Es un amor alienante, un amor que chupa el ser,
que anula la identidad: No soy yo, es el
otro. // No soy más que un él esclavizándome. Pese a todo, el dolor deja de
ser tal cuando gota a gota / fluye el
éxtasis.
No hay que arrancar el puñal, él nos
recuerda que estamos vivos. Y una bella agonía es preferible al hastío. El amor
es daño, pero vida. Tisocco elige el borde del abismo: Amo este arriesgarnos a partir / a extraviarnos, dice y sigue construyendo
fortalezas / para que no escape ese amor tan frágil. Vale la pena amar
aunque se sufra, porque el dolor es como el viento que limpia después de la
tormenta y nos deja ver nuevamente la luz de un cielo claro. El poeta debe ser
un ave fénix resurgiendo de sus cenizas. Hay en este libro hermosos poemas de
amor, como Piquete a tu corazón, La casa que eres me cobija y Todos
hacemos el amor como subidos a un árbol.
El tema del amor se relaciona en la
poesía de Tisocco con la defensa de una libre elección sexual, con la condena
de la hipocresía, el disimulo y la cobardía. En el poema dedicado a Nemat
Safavi, niño iraní condenado a muerte por homosexual, dice: Nosotros que convivimos con las sombras /
también sabemos del sol / y caminamos despacio pero avanzando a pesar de las
cadenas / y de las miradas […] extenderemos las alas. Y en otro poema: Amé y dije mi verdad cuando ocultar era la
consigna, / lo que se debía, / mordí todas las manzanas del paraíso / y hasta
me burlé de la serpiente.
Hay una invocación al amor universal que
quiero citar íntegra: Que se abracen el
alto y el bajo, / el rebelde / con el sabio, / negros y blancos / que se
abracen.// Que como pulpos / se abracen, que como niños se abracen, / con los
maestros se abracen, / con las niñas los niños se abracen. // Tomar distancia
ya no, en este tiempo no. // Que se abracen…¿Se acuerdan de los tiempos en
que los maestros nos hacían dejar dos baldosas o tomar distancia con el brazo
extendido hasta tocar al compañero que nos precedía en la fila?
Tisocco hace su profesión de fe literaria
y nos da la clave de su poética cuando dice: Herméticos los ataúdes, / el sexo de las muñecas, / las latas de
durazno.[…] ¡La poesía no…! Y se
pronuncia por una poesía abierta, clara, fluyente, como un agua que deja ver el
fondo pedregoso.
La ambivalencia, que recorre el libro
cual una corriente submarina – para estar de acuerdo con las imágenes acuáticas
tan caras a Tisocco – también afecta a su visión de la poesía que es tramposa y
versátil, que ata al poeta a sus caprichos: Ella
bebe de mí la sangre, / hace con mis plumas un abanico / y me muestra el puñal
/ como una caricia cercana, como abrazo mortal, / una ventana abierta.
Si tuviera que hacer el trabajo que a
Gustavo Tisocco tanto le gusta – y que tan bien hace en el blog “Mis poetas
contemporáneos” - me refiero al trabajo
de ilustrar nuestros poemas, yo lo haría con una pintura de Chagall, una de
ésas donde la pareja de enamorados flota abrazada en el espacio, sobre los
techos rojos de una aldea. Y pienso especialmente en todos hacemos el amor cabalgando bosques, pienso en el noble levitar, en la locura de ser un poco pluma, en las ganas de flotar, de evadir
fronteras de nuestro poeta, que siempre defendió sus alas y tuvo la valentía de
desnudarse y saltar el muro.
Y si tuviera que definir la poesía de
Gustavo Tisocco en cinco palabras – como suele pedírsenos en estos tiempos –
esas palabras serían: nostalgia – ternura – amor – dolor – solidaridad.
PAULINA
JUSZKO
16/11/2012