Palabras de DANIEL CASAS SALICONE sobre Entre Ventanas
ENTRE VENTANAS
GUSTAVO TISOCCO
MASCARÓN DE PROA. PLEAMAR.
Empieza
el libro con la enorme idea de que una mirada puede abrigar a un hombre que
tiene frío. Sin que ese hombre, en el que están contenidos todos los humanos,
se dé cuenta del abrigo que le llega desde la mirada desde una ventana, a quien
no sólo no ve, sino que además ignora. La ventana personifica a quien desde
ella mira, y quien desde ella mira puede trasmitir su generosidad a quien pase
por la vereda o a quien descubra en otra ventana. La ventana es la parte de adentro del encierro
y la única salida del cuerpo a un exterior aparentemente vacío, a través de los
ojos. El observador y el que observa, el que escribe y el que lee, dice
Gustavo, relación binaria vital para la existencia de la existencia. Límite
entre un afuera y un adentro posiblemente visto gracias a los padres que han
enseñado el registro de los otros, reza el agradecimiento al comienzo del
libro. Haber aprendido a registrar a otro sea entonces la piedra fundamental
para comprender la secuencia del mundo que se abre al abrir Entre ventanas.
El
encierro y la soledad funcionan como disparadores de una necesaria relación con
el otro. Entre ventanas tiende puentes, se tienden puentes, se descubre,
espiando, merodeando a través de los vidrios en cualquier momento de un día que
se siente extensísimo.
La imagen
está afuera y es menester traerla, asirla, y desmenuzarla para luego rearmarla
en poema.
La
estructura del edificio desde la vereda hasta la azotea es un universo
replicado miles de veces, y la mirada que se hace voz se despliega en su
hábitat reducido, solo y encerrado, pero que se extiende al infinito de las
relaciones humanas, de cada alegría o infortunio del otro que vive, también
solo y encerrado, detrás de su ventana. Tender esos puentes, pareciera, ha sido
una forma de supervivencia.
La vida
que se prepara en el mar salado, más arriba la selva, la marioneta que añora el
viento, la sed del malvón, la lucha constante al olvido, un gato que se hace el
muerto para cazar una paloma. Un simbolismo tras otro desarrolla Gustavo en
cada intervención, con cada mirada sagaz. La voz del encerrado, la voz del
solitario ve a una mujer que reza, ve alguien que será traicionada, ve música,
ve alguien que espera, a alguien a quien le crecen alas, ve ancianos, risas y
llantos, ve su reflejo, el despiadado yo que espía. “Toda la vida ahí, toda la muerte.”
Gracias
Gustavo.
Daniel
Casas Salicone
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