miércoles, 9 de octubre de 2024

Palabras de DANIEL CASAS SALICONE sobre Entre Ventanas

 


ENTRE VENTANAS

GUSTAVO TISOCCO

MASCARÓN DE PROA. PLEAMAR.

 

Empieza el libro con la enorme idea de que una mirada puede abrigar a un hombre que tiene frío. Sin que ese hombre, en el que están contenidos todos los humanos, se dé cuenta del abrigo que le llega desde la mirada desde una ventana, a quien no sólo no ve, sino que además ignora. La ventana personifica a quien desde ella mira, y quien desde ella mira puede trasmitir su generosidad a quien pase por la vereda o a quien descubra en otra ventana.  La ventana es la parte de adentro del encierro y la única salida del cuerpo a un exterior aparentemente vacío, a través de los ojos. El observador y el que observa, el que escribe y el que lee, dice Gustavo, relación binaria vital para la existencia de la existencia. Límite entre un afuera y un adentro posiblemente visto gracias a los padres que han enseñado el registro de los otros, reza el agradecimiento al comienzo del libro. Haber aprendido a registrar a otro sea entonces la piedra fundamental para comprender la secuencia del mundo que se abre al abrir Entre ventanas.

El encierro y la soledad funcionan como disparadores de una necesaria relación con el otro. Entre ventanas tiende puentes, se tienden puentes, se descubre, espiando, merodeando a través de los vidrios en cualquier momento de un día que se siente extensísimo.

La imagen está afuera y es menester traerla, asirla, y desmenuzarla para luego rearmarla en poema.

La estructura del edificio desde la vereda hasta la azotea es un universo replicado miles de veces, y la mirada que se hace voz se despliega en su hábitat reducido, solo y encerrado, pero que se extiende al infinito de las relaciones humanas, de cada alegría o infortunio del otro que vive, también solo y encerrado, detrás de su ventana. Tender esos puentes, pareciera, ha sido una forma de supervivencia.

La vida que se prepara en el mar salado, más arriba la selva, la marioneta que añora el viento, la sed del malvón, la lucha constante al olvido, un gato que se hace el muerto para cazar una paloma. Un simbolismo tras otro desarrolla Gustavo en cada intervención, con cada mirada sagaz. La voz del encerrado, la voz del solitario ve a una mujer que reza, ve alguien que será traicionada, ve música, ve alguien que espera, a alguien a quien le crecen alas, ve ancianos, risas y llantos, ve su reflejo, el despiadado yo que espía.  “Toda la vida ahí, toda la muerte.”

Gracias Gustavo.

 

Daniel Casas Salicone

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