miércoles, 29 de octubre de 2025

Palabras de ALFREDO LEMON en la presentación de TERRESTRE 2da Edición

 


“LA POESÍA ES UNA CELDA DE LUZ QUE NOS MUTILA”

                                    

Autor esencial de nuestra poesía contemporánea, Gustavo Tisocco nos comparte en esta instancia, la segunda edición de Terrestre*, un conjunto de poemas que dio a luz hace doce años y en los que aborda temas que lo interpelan y recorren su obra. El recuerdo de su infancia en Mocoretá, Corrientes, la cercanía con sus familiares queridos, la fugacidad de las cosas, la naturaleza y el paisaje de aquel momento se presentan y proyectan todavía porque: “En su fondo/ un niño duerme/ esa eternidad de camalote violeta…/ Le arrulla su nombre/ su nombre de río/ Mocoretá/ Mocoretá/ Mocoretá…/En su fondo/ un niño duerme”. 

De esa nostalgia reparo en un texto dedicado a su abuela Rosa en donde apunta: “Sin hablar me cuenta/ de su pueblo lejano/ de la niña que fue/ de su madre pequeña…/Ella reza y reza/ y no entiende por qué Dios/ le arrebató al hijo. /Ella enmudeció aquella mañana/ y yo aprendí a escucharla/ desde su tristeza”. Y otro más, destinado a su tío Jorge, quien lo acercó a la literatura y advirtió su temprana condición de poeta: “¿Cómo hacer ahora para buscarte/ si no hay rincones ya, / no viento ni fotos en los andamios? / ¿Cómo leerte la sangre/ si no escribes con mi mano/ y brotan en la tarde/ lágrimas que denuncian que te has ido? / ¿Cómo Jorge/ repetir tu nombre/ y saber que no vendrás, / que no acudirás a esta voz que te busca? / ¿Cómo?”. 

Hay también unos renglones delicadísimos ofrecidos a su madre, que con tono íntimo refieren: “Madre/ tú me plantaste jazmín/ y soy esta rama seca. /Me alimentaste paloma/ y no pude ser más que jaula. /Me soñaste tigre audaz/ y soy este animal herido/ que olvidó hasta su nombre. /Tú me diste el pan, /tus pechos generosos/ pero mi boca/ no pudo saciar su hambre. /Aún me amas. /Desde mis precipicios me amas, /desde mi cuerpo gris, /desde mi grito, / tú, madre, /me amas”.

 

El deseo cabalgando lo que es y lo que será

 

Desde los primeros renglones del conjunto, el creador le habla a la poesía reconociendo: “Me enseñaste las palabras/ para que derramen en mi boca/ como sandía madura/ y crecieron en ellas tempestades/ boas y gaviotas. /Me diste de tus manos/ las líneas de la suerte y fui rehén/ de tus trazos de tinta. /Crecí leyendo a Kavafis y Alejandra, / aparecieron así los techos rojos/ los viajes galácticos/ y las verdades. / Me contaste de muelles y extravíos, / de jaulas y esmeraldas, / de un espantapájaros/ de la claridad. / Me enseñaste las palabras/ que hoy escribo/ y me salvaste”. 

Asoma asimismo el tópico del amor, con sus vaivenes y sombras, encuentros y despedidas. Nítidamente describe esas vivencias en sus versos: “Amé a un hombre triste/ que encarcelaba golondrinas/ en el invierno de sus ojos. /Un hombre que escondía un país, / un continente lejano. / Le gustaba hablar de los desiertos/ de una bandera flameando ante su desamparo/ del desarraigo. / Amé a ese hombre, fruto maduro / con el que embriagaba mi calma, / laberinto en el que me extraviaba, / me descubría. / Pero su tristeza fue horizonte, / velero y perro asustado. / Ahora aquí / soy yo el que habla de desiertos/ y de desamparo”. 

Concisa y extremada, la palabra y el sentimiento se engarzan y palpitan página a página con música y pasión prolija y vívida: “Nos amábamos/ sobre las uvas caídas/ y era el vino rancio de la tarde/ conjura y pecado. / Todavía bebo el vino aquel/ pero extravío el aroma dulzón/ de tu piel sedienta. 

Imágenes y pensamientos, párrafos frescos y sensuales enuncian un lenguaje maduro y sugerente: “Después de todo me desnudo y salto el muro…”. / “Y volverá el desierto a ser mar./ Cobras y lagartijas rondarán aladas/ bajo la atmósfera azul”. 

Orfebre riguroso, Tisocco pule metáforas, talla situaciones y añoranzas de exquisita belleza: “Ya no seremos amor /ni tendrás las mejillas sonrojadas/ ni el suave temblor…/Ya no somos amor/ y duele esta certeza de olvido y silencios, /esta armadura/ el veredicto”.

 

Vigor y rigor ante lo circundante

 

Igualmente, en el devenir de lo escrito se enuncian sentencias justas,

definiciones delicadas: “Los niños de la calle huelen a jazmines.”. “La vida es una fiesta de navidad/ que dura tan poco, demasiado poco”. “Morir debe ser una proeza”. “El hombre es flor cobijando vuelos”. 

De la misma manera cabe resaltar una toma de posición respecto a lo político social circundante que se refleja en la empatía de Gustavo con los más sufrientes. “Me duelo/ entre las espinas de mi cama. /El tiempo espabila hormigas sobre las cicatrices. /Despoblado de mí/ entrego lo que queda. 

Aparecen situaciones en las que critica las injusticias históricas que atraviesa y que, como testigo cultural denuncia: “A las madres del dolor”: “Esa mujer deshabitada lleva una foto en el pecho, /un rostro, un niño gritando, /sobre su sombra herida. /Esa mujer delgadita y pequeña/ es nube tenaz sobre el desierto, / brillante luz sobre la bruma”. 

Lo dicho se corrobora ampliamente en un magnífico poema dedicado “a los niños y niñas de Siria y Palestina”: “Viven entre tanques de guerra, /cuerpos acribillados, /sangre, olor a sangre. /Matan a sus madres, a sus padres, /y a sus perros. / Ellos no saben de noches silenciosas, /de almuerzos en familia/de elecciones. / No hay flores en los campos minados, /apenas cantan los pájaros/ apenas el viento. /Nosotros observamos la tragedia, /y escribimos/ y olvidamos”. 

Talentoso, el autor maneja con pulcritud y solvencia los recursos literarios que lo respaldan. Su precisa alquimia demuestra un estilo excelso, profundo y perspicaz: “Me gusta este sentirme sal, /ínfimo cómplice del enigma”. 

Bravío en su decir rebelde, plantea: “¿Lucifer merecería el destierro? / He visto niños con hambre, / ausentes sin nombres, /elecciones crucificadas, /lenguas sedientas de fuego, /que dudo, /si el ángel descarriado, /no sería hoy /un desaparecido más/ en la lista de los treinta mil”. 

La exploración del lenguaje en varias direcciones se cumple con independencia total. Allí se juegan tanto los vocablos elegidos como los silencios que se producen, su combinación de ritmo, respiración y dicción que ofrecen equilibrio y rigor de pulimento. Porque esta escritura se encuentra alejada de la grandilocuencia y del fácil sentimentalismo. Se brinda con destreza, naturalidad y rotunda vibración: “Te perdí/ y tengo hambre/ y tengo sed, / relojes muertos/ pernoctan mi noche/ -esos que sólo sangran, que sólo duelen-. /Te perdí/ y se fue la música/ todo es apenas un rincón/ en el lugar gris en donde habito, /instante preciso en el que me flagelo. /Te perdí y no hay sombras/ acaso un mínimo hueco del insomnio, /acaso apenas una brisa en mi frente. /Te perdí y me perdí, /soy ahora estatua de sal, / anzuelo oxidado”. 

Poseedor de una gran fuerza lírica de honda raíz existencial, manifiesta: “Por surcos desiertos/ descubrimos la sed. /El agua calmará la osadía. / Aún así retornaremos /al hechizo de aquel destello/ hasta sucumbir”. 

Concluyendo, transcribo unas líneas que perfilan cierta metafísica interrogante: “Borde y abismo. / ¿Dónde estará Dios? / ¿Dónde la fruta que mordimos?”. 

Notable y sensible, como lo prueba esta muestra, se trata de una voz destacada y comprometida: “Si preguntan por mí digan siempre que defendí mis alas y mi cansancio”.


Alfredo Lemon                                                                                                                                         

                                             

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*Vela al viento. Ediciones Patagónicas, Comodoro Rivadavia. Octubre 2025

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sábado, 25 de octubre de 2025

Palabras de RUBÉN EDUARDO GÓMEZ, en la Presentación de TERRESTRE (2da Edición)

 


El próximo domingo, 26 de octubre, Vela al Viento Ediciones Patagónicas cumple 19

años. En todos estos años hemos publicado 310 títulos de todos los géneros literarios, y

en ese catálogo amoroso y plagado de orgullosos autores, está Terrestre, que hoy presentamos

en su segunda edición. No tengo dudas de que mi trabajo es fascinante, que soy

un privilegiado que durante todos estos años pude conocer obras extraordinarias antes

de que vean la luz pública, y porque pude conocer y compartir este trabajo con muchos

autores que tras su pluma y las páginas de sus creaciones, me enseñaron su personalidad

valiosísima, generosa, solidaria y talentosa, como es el caso de Gustavo Tisocco.

Gustavo nació en Mocoretá, provincia de Corrientes, un 25 de octubre, por lo que el sábado

es su cumpleaños. Es escorpiano como la editorial y como yo que cumplo el 14 de

noviembre. Ha publicado doce títulos siempre poemarios, entre los que podemos citar

“Hectáreas” publicado en Madrid, “Perla del Sur”, “Entre ventanas”, “Nueve poemas”,

“El solo”, “Boca grande” y “Terrestre” publicado en su primera edición en 2012 por

esta editorial. Su obra fue premiada y reconocida, ha sido incluida en diversas antologías

tanto en el país como en otras partes del mundo, y traducida al portugués, francés,

catalán, italiano, inglés y alemán. Asistió como invitado a encuentros nacionales y en

festivales internacionales en México, Perú y Nueva York. Lo que me exime de explicar

su valiosísima pluma y talentoso oficio, pero sí debo destacar que es el director del sitio

Mis Poetas Contemporáneos, que creó en el año 2006, y en el que comparte poemas de

otros autores lo que habla de su generosidad y solidaridad para con sus congéneres. Son

muchas veces las acciones las que nos dan la real dimensión de quién es el otro, y estas

son, a mí parecer y en un mundo en el que no sobran, hechos que deben destacarse y

apoyarse.

A partir de su invitación a participar en su sitio y de haber compartido la publicación

de Terrestre hace 13 años, nos ha unido este lazo fuerte que la poesía, la solidaridad y su

bonhomía pudieron construir y que no siempre se consigue.

Siempre encontramos experiencia, vida, sonrisas, alegría y satisfacción en los libros que

hicimos juntos, escritores y editor, siempre, y eso está muy bien, pero con Gustavo además

tenemos este afecto y cariño mutuos, aunque no hablemos todos los días, cuando

nos encontramos parece que hubiéramos charlado ayer.

En estos días leí una entrevista al poeta chileno, Raúl Zurita que decía que la poesía nos

interpela, “la poesía interpela a cada uno. También a los sobrevivientes. ¿Qué es esa cosa

tan frágil que va pasando escombro tras escombro, esa ínfima gota de luz que se filtra

entre las piedras de un edificio bombardeado? Es la poesía. Y da testimonio de lo que

es y pudo ser este mundo. ¿Qué sabemos después? Nada. Después vendrá la muerte y

tendrá tus ojos, como dice un poema de un italiano: “Entrará la muerte y tendrá tus

ojos para verse”.

Y me quedé pensando, en el medio de estos escombros en los que nos movemos todos

los días y que nos muestran un panorama más que desalentador, surcado por palabras

de odio, incomprensión, intolerancia, los discursos irrespetuosos, bajos, insultantes, y

la pertinaz ausencia de los rasgos de humanidad que nos hacen seres que merecen la

vida, ahí encajan las palabras de Zurita, ahí llegan las gotas de luz que se filtran entre

las piedras de lo que alguna vez fue una construcción en los versos de Gustavo, con esa

voluntad de construir un espejo que nos muestre en qué nos hemos convertido sin ser

cómplices de la destrucción pero sí espectadores de la decadencia.

“En la poesía el hombre se une a los fundamentos de su existencia. Ser humano es ser

una conversación” decía Heidegger. Por eso quizás es que pienso que la poesía no es un

género literario, no es literatura, sino que tal vez pueda encontrar su lugar entre la metafísica

y la ontología, mucho más cerca de la filosofía que de la literatura, más cerca del

conocimiento que de la ficción. Tal vez en el lugar de un arte que implique el asombro

por el ser y por el estar en un no-tiempo. Porque la poesía es, sin pasado ni futuro.

Dijo alguna vez Vicente Huidobro que “la poesía es revelación, es vida en esencia, es el

universo que se pone de pie”. Quizás también podríamos pensar en la poesía como un

lenguaje en el que si bien se presenta con palabras lo que se dice está más allá de lo evidente,

de lo literal, de los significados incluso. Una lengua de significantes y emociones,

lenguaje de la conmoción, de señas para el corazón y el alma.

Todo eso y más. Estoy convencido de que la poesía nos habita y está en cada paso que

damos sin brújula en el mundo, en cada segundo que no medimos, en cada suspiro que

dejamos escapar.

Todos hemos sido capaces de observar un hecho poético: un yuyo floreciendo en el

resquicio que dejan dos baldosas en la vereda, un reflejo del sol sobre la mesa pintando

brillos y formas, una sombra bailando bajo una lluvia torrencial descubriendo que es impermeable,

o un color sin descripción, sin nombre, adueñándose de la flor en invierno.

Entiendo al poeta como un traductor, un artesano del poema, porque el poema es ese artefacto

que intenta ser vehículo de la poesía, un continente para ella. Entiendo al poeta

como aquel que traduce la danza de la luz sobre el mar en una mañana que ilumina solo

las sonrisas, que describe el cauce de la lágrima que busca la comisura de la boca para

salar la herida y la voz, aquel que puede hablar de espantapájaros de la claridad y aún con

las aves en huida encontrar las palabras para salvarse, que siente los malvones cansados

en las tardes de verano recostarse sobre su regazo, aquel que conduce las imágenes de la

emoción hacia el papel, como quien arma un barquito endeble con un pedazo de diario,

para que naveguen y terminen de encontrar sentido en los ojos lectores. El poema termina

de escribirse en el otro, en quien lo recibe, en el que lo lee.

Hablar de desiertos, de desamparo, dice Gustavo. En un mundo en el que el hombre se

convence de que es más chico, que está más conectado, de que su vida es la que pasa a

través de su reloj y a la que ordena con horarios y agendas, la poesía sembrándose a cada

paso, reventando la luz en una gota que duerme sobre la hoja de un árbol cualquiera,

en la sonrisa que se derrama desde los ojos de los niños aún en Siria, aún en Palestina,

la poesía en la escarcha de dibujos caprichosos que espejan el cielo sobre un asfalto de

opaca virtud y pasado olvidable, y el calorcito del sol de esta primavera remolona en mi

patagonia que tiñe los primeros ojos de cada mañana en la que las gaviotas se suben al

viento para ir hacia una promesa, la poesía entonces en los atardeceres que sirven como

un telón para la luna que nos empequeñece, en atardeceres como este en el que cuatro

poetas reciben a Terrestre, y celebran su segunda edición, entre las primeras sombras que

anidan en las ventanas como si conformaran, todas juntas, la noche.

Así, la poesía es.

 

Rubén Eduardo Gómez (Editor de VELA AL VIENTO, EDICIONES PATAGÓNICAS)

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