domingo, 4 de agosto de 2024

Palabras de NANCY MONTEMURRO sobre BOCA GRANDE

 


Para verte mejor

(Reseña sobre el libro Boca Grande de Gustavo Tisocco)

Por Nancy Montemurro

 

El libro Boca Grande de Gustavo Tisocco es un libro audaz y valiente. El autor nos introduce en una temática escondida y/o negada por la moral y las buenas costumbres. Pareciera que la visión ejerce poder sobre lo que debe ser nombrado: no se ve, no se dice; y si no se dice, no existe. Este es el desafío que enfrenta Gustavo Tisocco, ya que se atreve a poner luz, como él mismo lo afirma, “a lo que existe y existirá”, aunque no quiera verse. Tisocco trabaja sobre la trama de la mirada, destejiendo los velos que ocultan la realidad.

Con poemas breves, que bien podrían semejar los pequeños pasos de quien se adentra temeroso en un bosque, nos hace entrar en los mecanismos del mercado del placer. No encontraremos en este libro golpes bajos ni efectistas. Nos hallamos ante una poética sutil que con extrema precisión muestra la fragilidad humana, común a todos y a todas.  Del mismo modo que tira de un hilo y algo queda en evidencia, también enlaza otros hilos que, lejos de mostrar lo vil, muestran la belleza del deseo humano. Por lo que su tarea es doble. Por un lado, poner a la vista lo que no se ve. Por otro, cambiar la valoración ya estipulada por una sociedad heteropatriarcal.

El bosque engendra peligros, por eso en el cuento original, la madre advierte a Caperucita tener cuidado con el lobo. Ya entonces, el lobo es una figura prefijada como peligrosa. ¿Pero lo es realmente? Al transpolar el bosque a la ciudad, la boca grande “para comerte mejor” puede ser la del Lobo, la de Caperucita y es la boca de la misma ciudad “que te devora”. En este libro, “devorar” está marcado con el sentido del peligro, pero también del anonimato, del borramiento. Podríamos decir que actúa en forma de visión. La gran ciudad te engulle, no sos nadie, sos un anónimo, y aunque seas Caperucita de noche, de día podrías ser “ese hombre invisible que nadie ve”, así como el nocturno Lobo podría aparecer entremezclado en el gran  magma urbano, ser un disfraz, un mercader de golosinas, cualquier hombre con anteojos, cualquier padre de familia.

Sin embargo, devorar también habla de goce, del aullido del Lobo, del néctar salino y espeso que tanto Bestia como Caperucita toman. De la entrega y el deleite de todos los sentidos. Olores, sabores, tersuras, caricias, el susurro al oído de cada deseo. Así, Caperucita quedará satisfecha y el peligroso Lobo, que ”vino dispuesto a matar”, puede salir domesticado. Por eso hay reglas: el amor es remplazado por el dinero. Esto es sólo una transacción donde amar no cuenta. Amar sería lo verdaderamente peligroso.

Entonces otra temática se filtra: la del valor del servicio. Ligado a la jerarquía de los barrios, a los placeres otorgados, a las horas compartidas, en definitiva, “amar a un Chico Lobo sólo insume plata”. Todo se trata de poder vivir. Buscar el placer porque se tiene sed o dar el placer porque se tiene hambre. Variables de las escalas sociales que tampoco son vistas. ¿Quién el rico, quién el pobre?

En este entrelazado de relaciones entre un hombre y otro, entre una Caperucita y un Lobo, se vuelve muy fino el hilo que separa los sentimientos. “No hagas que llore por vos / no me digas que me amás”. Tal vez no haya amor en estas transacciones, pero sí hay una mirada amorosa. El yo que transita estos poemas, ve al otro tal como es. Sabe que es Lobo y conoce los peligros (engaños, robos, promesas incumplidas). Sabe que es Lobo y conoce sus debilidades (tristezas, necesidades, sueños, añoranzas). Lo muestra con dulzura, con cuidado. El Lobo, a su vez, “tiene la capacidad de ver a hombres transparentes”. Y esa forma de encontrarse y reconocerse en lo más primordial de lo humano, es la mejor manera de verse.  Quizás este libro encierre mucho más amor del que nos imaginamos. Cuando Caperucita y Lobo saborean juntos frutillas, ambos se sacian (ya sea en su erotismo o su hambre). Luego de eso, que el mundo se derrumbe.