domingo, 14 de septiembre de 2008

Palabras de Edna Pozzi sobre mi libro "Desde todos los costados"


Foto Horacio Farroni


DESDE TODOS LOS COSTADOS. GUSTAVO TISOCCO

Siempre al presentar un libro de poemas, he pensado en la humildad de inclinarse sobre la obra de los otros persiguiendo un rastro que nos lleve o intente llevarnos hacia el corazón de la poesía, allí donde cada palabra tenga la capacidad de “nombrar”, abrir tajos de luz en el caos del lenguaje. Ya se sabe cual y cuan alta es la dignidad de este oficio. Aquella búsqueda de la verdad esencial que hay detrás de cada palabra, lo que solo se conoce por transparencia, el destino de palabras que chocan todos los días contra sus propios pétalos sueltos. Crear una pequeña flor es trabajo de siglos. El poeta completa la obra de la creación y lo hace a través del instrumento mas contaminado de ansiedad, de miedo, de fragmentación lo que siempre se ha querido decir y apenas se dice como un murmullo límpido opuesto a la gritería confusa que nada explica solo remueve cubos de basura, acerca a los hombres a un destino seguro de malentendidos, de lenguajes escasos y doloridos. Hoy nadie le habla a las almas diría Baudrillard porque las palabras alejan, se deshacen, se parten, hasta dejar al hombre en su mas atroz soledad, con un idioma roto que solo permite menguados y falsos acercamientos.

Desde el inicio la poesía de Gustavo Tisocco instala en el centro de esta situación: “Nosotros escribimos de vuelos y ladridos/olvidamos/ que en la intemperie/ la inocencia llora” ¿Cuál es esa intemperie, desde la cual el poeta se ha visto excluido? ¿Acaso la intemperie de Juan L. Ortiz que hablaba de que “la poesía esta siempre mas allá/ en el junio de crecida/ desnuda casi bajo las agujas del cielo? ¿Y porque llora la inocencia y el poeta esta escribiendo en un “después”, un después lacerante donde se perdió el corazón de diamante de la poesía, su brillantez, su dureza, para dejarnos solo restos significantes, con los que apenas si podemos hablar, alzar las manos, explicar el color de nuestra soledad? En casi todo este poemario hay una respiración jadeante, una memoria de algo turbio que fue negociado para aplacar el dolor. La casa de al lado donde alguien sufre y grita hasta que decidimos volvernos sordos y desde entonces, el silencio, el agravio de la derrota.

En un poema breve Gustavo dice: “Gritar/ dejar salir al lobo/ y después retornar al silencio. Solo así/ cicatrizar la herida/ abrir candados/ y retornar al fuego”. Este aullido poderoso de quien ha perdido su prestína inocencia, su categoría de hijo de los dioses y dios el mismo, no se escucha como el grito del lobo, se oye como la queja insoportable de quien pudo ver y no ve, de quien pudo ser y no es, de quien ha conocido el Nombre y la exacta hermosura y la ha perdido. En este laborioso acercamiento a la poesía, pienso entonces en las millones de interpretaciones y explicaciones que se han dado del poetizar, si no hemos caído en cuenta que toda esta rumorosa corriente de poemas, desde el inicio de la palabra escrita, habla de la perdida, del puño cerrado y lacerante penetrando en el tórax joven y apasionado de la poesía; de lo que pudo decirse y no se dijo. Que Gustavo inicia este camino amargo del exilio, es quizás lo más calidamente humano de su poemario. Así lo acerca a la inmediatez, al destino compartido, a la seguridad del exterminio, pero a su vez lo convierte en un testigo poderoso de que alguna vez toco el rostro desnudo de la poesía. Y en esto, en mi entender, reside la belleza y la desolación de este poemario. Queremos no estar solos, queremos amar y que nos amen, queremos ser reconocidos como aquellos que entrevieron la fina trama del misterio, queremos compartir la desolación de los otros, ser el otro, cantar con los dientes apretados, queremos no morir o morir con alguna promesa de que alguien, en el final, comprenderá. Y en cambio dice Gustavo, “mientras en el piso de arriba habiten las hienas/ yo hermoso y erguido/ inevitablemente me marchito en el piso de abajo”. Extraño y bello poema del que transcribo solo un fragmento, suficiente para explicar esa dualidad, el desmoronamiento del que se aparta, lejos de “todo lo que sangra”, el que no se mancha, el elegido, es también una palabra reseca, un gesto inútil, un malentendido. Entonces lo que trato de decir es que Gustavo Tisocco pone en este libro, todas las interrogaciones que los enjundiciosos analistas y críticos plantea alrededor de la poesía. ¿Dónde esta? ¿Qué canta? ¿Qué significa aquello de “dar la vida por el dudoso goce de tres o cuatro palabras desnudas? ¿Dónde, además del poema escrito? ¿Por qué la poesía es la celebración de la escritura? ¿Por qué el poeta viene de la conciencia de los paraísos perdidos, pero le ha quedado como hilachas de luz, apenas recuerdos, fragmentaciones de otra patria que conoció y de la que fue expulsado? Ya he aprendido a través de los años, que los poemas son inexplicables. Están ahí, como aves temblorosas en una mano abierta, dispuestos a iniciar el vuelo, irse, o morir asfixiado y los dedos se convierten en garras, si alardeamos de la posesion y solo lo podemos demostrar matando. Están ahí. Nadie nos enseña de que forma y hasta donde leerlos. A veces los poemas de Gustavo se alivianan en una atmósfera de sueño, de geografías dóciles, entonces hay un recuerdo, una mujer, una madre, apenas si tocadas por las hojas del fresno, como un dagerrotipo salvado de la injuria del tiempo, como una fresca canción, pero casi siempre el idioma despojado y duro de sus poemas se impone, por lo menos en la casi totalidad del libro que presentamos.

Tampoco se bien lo que es presentar un libro, es decir hacer visible algo que ya antes de nuestras miradas era una presencia, existía. Pero puedo pedir que el libro se lea. Está cuidadosamente editado por Lidia Vinciguerra, tiene el peso y la medida exacta de nuestra mano. Se lo oye respirar. Esta vivo. Dice mucho más de lo que finalmente dicen las palabras. No engaña, no encandila en el promocionado festival de la belleza. Es serio y triste, pero irrevocablemente verídico. Dice por ejemplo “Primero dejo su cepillo dental/ y pensé estaba bien/ luego fue su zapato/ su bombilla/ el paraguas/ la maquina de afeitar/ Hoy encontré su cadáver/ debajo de la cama/ eso no estaba en mis planes, no”

No es esta situación de habitantes del exilio, la única capaz de provocar la aparición de la poesía, que tampoco, nunca, es una señora enlutada y ejumbrosa. La vida nos ha enseñado que la poesía “salta” de nuestra mano escritora al perfil apenas dibujado de una joven que se hamaca bajo los árboles y que en un instante se traza el decorado falso del verano porque no recordamos si alguna vez fue nuestra madre u algo parecido a una madre y ahora se hamaca sin mirarnos, se la ve feliz. Y es por eso que la poesía esta tan fuertemente anudada con la vida, tiene de ella la hermosura y la sordidez.

Al celebrar la aparición de este libro de Gustavo, no se si estoy celebrando las palabras o la casa de la poesía donde en un invierno, juramos en su nombre, que mantendríamos los fuegos encendidos. Como hacen estos poemas que estoy acompañando esta noche y dando las gracias por ello. Gracias también a ustedes que siempre escuchan con una paciencia triste y delicada.

Edna Pozzi.-

4 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

¡Qué belleza! Esto es poesía presentando un libro. Juego de poetas, al fin. Aplaudo.
Alicia Perrig

14 de septiembre de 2008, 19:21  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Presentación poética profunda y tan analiticamente minuciosa, que permite al lector introducirse en ella, sin salirse del eje central de la lectura. ¡Preciosa!. Molly Bic

14 de septiembre de 2008, 20:51  
Blogger Avesdelcielo ha dicho...

De quién sabe el valor de la palabra que se libera para volar en poesía, ha podido hacer esta presentación tan magnífica.
MARITA RAGOZZA

15 de septiembre de 2008, 10:27  
Blogger ©Claudia Isabel ha dicho...

Las palabras de Edna fueron maravillosas, pero tu obra Gustavo, se lo merece. Te felicito y te sigo aplaudiendo!

18 de septiembre de 2008, 5:48  

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